Hoy en el Día del Libro, compartimos esta hermosa reflexión de Jeremías Gamboa, uno de los mejores escritores peruanos contemporáneos.
"El primer libro que leí de cabo a rabo fue "Pájinas libres" de Manuel González Prada. Era prestado, y yo tendría quince años. Los efectos fueron grandes. Me hice anarquista, perdí la fe en Dios, me uní a una banda post punk. El primero que compré con mi dinero fue “Horas de lucha” (era obvio, era fan de González Prada) y luego, cuando ya estaba en la Universidad, recuerdo que compré seis novelas de la colección Clásicos inmortales Sarpe que costaban, cada una, el precio de una cerveza. Fue un acto decisivo. Dos de ellas, "Papá Goriot" de Balzac y "La Cartuja de Parma" de Stendhal, me volaron la tapa de los sesos. Todo lo que me rodeaba era insatisfactorio al lado de esos libros. Después leí “Pedro Páramo” y ya no hubo marcha atrás. Tenía 20 años y no había leído más de diez libros de literatura. Nada. Si me convertía en un lector, sería en uno tardío. Imposible pensar en escribir algo, aunque lo soñaba. No sabía usar siquiera los signos de puntuación.
El periodismo me dio una forma de ganarme la vida, pero sobre todo algo de dinero para comprarme libros. Eran libros de viejo. Libros del boom, novelas del XIX, libros de poesía peruana (Vallejo, Cisneros, Eielson), tratados de política o sociología (aun andaba confundido). No leía como quería, pero empezaba a amar los libros y a valorar esa media hora en que podía leer un cuento, un pasaje de novela, algunos poemas. Los compraba en Grau o en Quilca, si había cobrado aguinaldo en las ferias Ricardo Palma o la Feria de Lima, y a veces, si estaba muy emocionado, en Océano o en El Virrey. Tenía un librero de fierro en mi pequeño cuarto de veinteañero y fue en él donde, sin plan premeditado, se fue armando una involuntaria y discreta biblioteca. Cuando me fui a los Estados Unidos pensando que viviría allí como profesor los dejé todos en la casa de mis padres. Ya ocupaban varios estantes de madera que había mandado a hacer.
Compré muchos libros en Boulder, Colorado, y varios libros de arte en Nueva York. Me los traje a Lima por aire y mar para unirlos a mis libros peruanos y empecé a comprar más y más libros que poblaban el departamento que alquilaba y en el que escribía mi segundo libro. Cuando este salió y viajé a ferias y a otras ciudades iba con una maleta extra destinada solo a los libros. Los compraba, me los regalaban. Con el tiempo sobrepasaron los estantes de la casa de mis padres y los de la casa en que vivía y también de la biblioteca en la que uní parte de mis libros con los de mi pareja mientras nos reíamos de los libros repetidos, de las coincidencias, de que ella tuviera libros que yo me hubiera muerto por tener o viceversa. Hace un tiempo intento reunir todos mis libros en un espacio especial pero me doy cuenta de que la pared entera no podrá albergarlos a todos: Hay muchos aun en casa de mis padres, en la sala de mi casa, sobre los muebles del comedor, en las mesas de noche de nuestro cuarto… Cuando los llevo al espacio que los alojarán pienso en tantos momentos de mi vida, la historia de cada uno de esos libros. Lo que dicen de mí. No olvido una entrevista en que le preguntaron al escritor Guillermo Niño de Guzmán qué pensaba heredarle a su hijo. “Mi biblioteca”, respondió.
Mi pequeño sabe que en parte vivo de leer. Si no venos documentales o conversamos de súperhéroes o de personajes de ficción o de la vida misma es posible que me vea leer en diferentes espacios de la casa como yo miraba leer a mi padre cuando era niño. Leo en mi cama y también en su cama (tiene una ventana preciosa para leer), leo en el sofá de la sala o en el sofá de mi estudio, siempre que esté de espaldas a la ventana que da a la calle. Ya no leo en cafés, parques o malecones porque evito salir por salir pero sigo leyendo mientras camino (práctica temeraria que me he prometido dejar) y no dejo de ser el más feliz en las colas del banco o en las votaciones o en las colas de los exámenes médicos porque esperar una hora o dos significa leer. Desde que leo jamás me aburro. Sufro, me río, me ahondo, pienso en mi vida, en la de los otros, en las cosas que no hice, me indigno, pero jamás me aburro. Leer me enseñó a estar solo. A estar bien conmigo. A bastarme. Sin embargo, me ilusiona mucho reunirme con personas para hablar del mismo libro, y lo disfruto. Nos vemos a través de las pantallas, y desde ellas opinamos, diferimos, nos reímos, reflexionamos.
Con mi pareja hablamos de los libros que leemos (a veces hemos leído el mismo libro a la vez y lo comentamos riendo o con seriedad, a veces yo la he visto llorar al cerrar un libro, a veces ella me ha visto a mí) y al hablar de un libro que yo ya leí y le recomendé es como si lo leyera de nuevo. Hace un tiempo leo varios libros a la vez. Siempre una novela, a veces poemas, siempre un ensayo, y al final del día, cuando mi pareja está durmiendo, o yo creo que está durmiendo, prendó el Kindle y leo biografías o ensayos en inglés porque el aparato me permite despejar con facilidad mis tremendas dudas de vocabulario. Lo último que hago antes de dormir es leer. Al final del día, cuando cierro el Kindle, siento que he conversado con muchas personas. Que he visto multitudes. Y, al menos en mi caso, agradezco haber llegado tarde a la lectura, pero haber llegado. En días como este, en que a pesar de que todo es incierto se celebra al libro, me doy cuenta de lo centrales que han sido todos ellos en mi vida, lo mucho que me han dado y la manera en que me han modificado. Me encanta estar frente a ellos, mirarlos, repasarlos, tenerlos a mi lado. Tanto los que leí como los que esperan a que los lea. Los que tienen fe en una relectura y los que aguardan, silenciosos, expectantes, a que yo los abra para saltarme a la yugular o cortarme la cabeza, ponerme en peligro como lo hizo aquel primer libro, prestado y ya lejano, que leí completo a los quince años.
Abran uno. Es la mejor manera de celebrar este Día del libro. De vivir por partida doble, o triple, o innumerable".
Abramos un libro este fin de semana y vayamos a la
#FilIca2022 que se viene desarrollando en la Plaza de Armas de Ica.
Escritores, poetas y artistas dé la región los esperan.